domingo, 29 de agosto de 2010

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Se vuelven a ver a las 03:30 a.m.
Él confuso entre el papel, dice que no encuentra cartón, un tanto sulfurado incluso.
Ella se ríe, no puede evitar aunque quiera que le robe una sonrisa y le da un abrazo.
Aprieta fuerte, no vaya a ser que se desvanezca como el último.
Aunque está muy asustada siente que no puede ser más feliz.
Se aparta un momento porque a ella le repite el tequila y pide agua a su amiga para no notarlo.
Se vuelve a girar y echa a reír.
Le ve buscando mechero tocándose desde fuera todos los bolsillos.
Ella saca su mechero y se lo enciende y él le sonríe con un ojo medio cerrado y ella, sin poder evitarlo le corresponde, le encanta su momento.
Se sientan a un lado de un garito muy pegados donde las voces no se atreven a interrumpir.
A ella le empiezan a golpear los recuerdos en la cabeza.
Él la agarra más fuerte, se siente sola en el mundo las voces que gritan no existen, tampoco hay dos borrachos intentando pegarse en la acera de enfrente. El humo se lleva todas las preocupaciones.
Él escupe y con una cara estrambótica, causa de haberse tragado una mosca, le dice entre una tos seca y voz ronca, “vamos dentro?” .
Ella le besa y mantiene la cabeza apoyada sobre su hombro.
Él capta el mensaje y da otra calada con una sonrisa.
Ella le vuelve a besar sin soltarse las manos, con las que juegan a hacer formas y a crear los más complicados lazos.
El alcohol juega de su contra, a ella le ha obligado a hacer lo que hace tiempo ya deseaba pero no se había atrevido.
Él se hace el duro intentando convencerse a sí mismo de que esta noche ha triunfado como otras tantas y esta es otra chica como otras tantas.
De repente a ella le suena el móvil.
Un padre enfurecido que busca el sosiego de tener a su hija en casa, fuera del alcance del peligro contra el que la intenta proteger… estampándoselo en la cara a hostias (pero eso es otra historia).

En lo único que piensa es en él. No puede dormir. Solo hace que darle vueltas su cuarto sobre el eje de su ventilador mientras rememora el beso que le ha cegado mientras ella surcaba su cresta agarrándola con sus dedos, mientras le metía la mano por dentro de su camiseta de tirantes.
Sentía la alegría de Penélope al ver regresar a su querido Ulises.
Al día siguiente emplea dos horas en cambiarse.
Empieza a sentir frío.
Intenta convencer a sus amigas para hacer la ruta del día anterior, pero se muestran impasibles ante la idea de no ir al club deseado.
Toma ruta ella sola.
Una hora y cuarto después, lo ve riéndose con una chica, robándole sonrisas como a ella ayer.
Le cae una lágrima.
Se desvanece y se convierte en polvo.
Él ve la escena, se pone nervioso, no sabe muy bien qué hacer.
Una vez más, su cabeza se ilumina con una lúcida idea.
Se sienta al lado del polvo.
Chispea pero no importa, él está resguardado.
Saca las herramientas, y las pone en el suelo particularmente ordenadas.
Quema el polvo, mezclado ya, adquiere un color puro y sale un humo blanco, lo mete dentro de la jeringuilla.
No duda. Inyecta su jeringuilla, perfectamente esterilizada, diría incluso que impoluta, en la vía intravenosa.
Se levanta y se pone bajo el manto de la fuerte lluvia que hace inapreciable una lágrima que recorre su mejilla.
No puede ser más feliz.

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